La solana

Un pueblo más desolado
por las gentes que se han ido.
Sus casas abandonadas,
las calles todas vacías,
sólo con algún escombro
de alguna tapia caída.
En ese solitario pueblo,
no hace mucho tiempo aún,
algunos niños nacían,
y en sus amenas solanas
se comentaban los hechos
que por allí acaecían.
Solanas de parlamento,
donde se hablaba de todo,
de la bondad de su campo,
de si el tiempo acompañaba,
de algunos que otros muchachos,
y también de las muchachas;
de las cosas de la mili,
del hambre de pasados tiempos,
de los líos de familia.
Tertulias de cotilleos,
de gentes que conocían
la vida entera de todos,
y en el parte la solana
se contaban sus desdichas,
y si estas no existían,
daba igual, las inventaban.

Sólo quedan los recuerdos,
junto a esas casas sin gente,
junto a esas tapias caídas.
Los recuerdos de paisanos,
que desde niños vivieron
el privilegio del campo,
del adobe de la tapia,
de los trigos y manzanos,
de la amapola y la encina,
del labrar con el arado.

Recuerdos de aquella época,
de su vida, la más dura,
que ahora resultan más dulces,
con el pasar de los tiempos.
Muchos de ellos imborrables,
por las personas ya idas,
por ser recuerdos hermosos.
Duros, hermosos o dulces,
pero sólo ya recuerdos
de ese pueblo abandonado.

 

25 de julio de 2017

6 respuestas a “La solana

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