Un beso

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Resulta que cuando salía de clase me estaba esperando la chica más guapa de la facultad.

– ¿Eres Alberto?  – Me preguntó

– Sí, soy yo

– Verás me han comentado que quizas tú podrías ayudarme con Análisis de Balances que me tiene frita. Por supuesto te pagaría.

Ese fue mi primer contacto con Lucía. Una chica que ví por primera vez un mes atrás  en el rato que parábamos entre clase y clase mientras se iba y llegaba el profesor. Estaba en la puerta de la biblioteca situada  enfrente de mi aula, pero en la planta baja. Yo estaba con mi amigo Rafa, y los dos coincidimos en que esa chica, a la que no habíamos visto antes, era una preciosidad. Una cara guapísima y morena, con unos grandes ojos y una sonrisa que desbordaba simpatía y dulzura. Su cuerpo de veinte años espectacular, aunque vistiera de una manera sencilla sin resaltar más de lo inevitable su hermosa figura.

Lucía necesitaba ayuda con la contabilidad y una profesora del departamento la había hablado de mí.

No necesitamos demasiadas horas compartiendo estudios para conseguir establecer una conexión algo especial. Desde el primer momento yo me sentía muy afortunado por poder estar durante tres horas semanales con una chica así.

Compañeros de clase querían que se la presentase. Realmente era una chica encantadora.

Un día Lucía me dijo que si quería ir con ella a una fiesta que tenían los de quinto de Químicas, para sacar dinero con vistas al viaje fin de carrera. Acepté y quedamos en La Solanilla, un bar de la zona universitaria pucelana. Una vez allí decidimos pasar de la fiesta de Químicas, y nos quedamos de vinos.

Aquella tarde-noche de viernes no hubo un garito en el que entráramos en que no la saludase algún compañero de clase, de facultad, algún amigo de sus amigas. Reconozco que me sentía un poco incómodo y algo sorprendido: ¿qué hacía una chica como ella con un chaval como yo?
La verdad es que yo, aunque por edad había pasado esa etapa, tenía esa inseguridad propia de la adolescencia que te lleva a pensar que con algunas chicas hay que conformarse más bien con verlas de lejos.

Ese día volví a confirmar la gran estupidez del dicho «las chicas guapas son idiotas». Qué gran tontería.

Lucía además de inteligente, o quizás por eso, era sensible, simpática, humilde. Valoraba la amistad por encima de cualquier otra cosa, incluso del amor.

Me contó cómo viviendo desde pequeñita en Bilbao había tenido que volver a Burgos, la ciudad de su madre, y empezar sus estudios universitarios en Valladolid, tras ciertos acontecimientos surgidos con su padre en la ciudad vasca, derivados de los problemas políticos, y más que políticos, con los que mucha gente se ha encontrado sin provocarlos, ni buscarlos, y la mayoría de las veces sin entenderlos, y desde luego sin desearlos. Solamente vivía allí, y su padre, que era ingeniero, trabajaba en proyectos propios de su profesión destinados sencillamente a aprovechar los avances y el progreso técnico para un mejor desarrollo de  las condiciones de vida de los ciudadanos. Ningún otro interés escondido por su parte.

Un cambio de ciudad,  dejar a los amigos de siempre. Amigos que además entendían muy bien su situación y la sufrían con ella. Amigos a los que no veía y echaba de menos. En la época aquella no existían las facilidades de contacto y de relación de ahora. Teléfono fijo o correo, pero nada de móviles, e-mail  y cosas parecidas.

A pesar de todo eso se consideraba una chica con suerte. Tenía a sus padres y a otra hermana menor que ella, y sólo habían tenido que abandonar lo que consideraban su hogar, pero seguían juntos.

Aquella noche la acompañé a casa tras unos cuantos cortos y unos pinchos que servían de cena para los universitariosos de entonces. Compartía piso con dos chicas de Burgos que estudiaban Medicina. Llegamos a su casa antes que ellas y tuvimos que esperar a que llegasen porque se la habían olvidado las llaves del piso. Mientras esperábamos me dijo que había pasado una tarde estupenda y que conmigo se sentía muy bien. Entonces me besó.

No la volví a ver hasta el lunes en la facultad. No comentamos nada acerca de lo del  viernes y en los siguientes días quedamos sólo para estudiar.

Al cabo de tres meses decidimos que estaba suficientemente preparada. Ya dependía únicamente de su trabajo para poder sacar la asignatura adelante, y en verdad que acertamos pues sacó una nota brillante. Yo la decía bromeando que ahora  tendría que ayudarme ella a mí.

Cuando quedaban días para acabar el curso e irse a Burgos me llamó para despedirse. Quedamos para tomar un café y tuvimos una de las mejores conversaciones que he tenido nunca. Ambos nos sinceramos y compartimos sentimientos. Ella me preguntó cómo después del beso que me dió no la dije nada relativo al tema. Yo la expliqué que tomé el mismo como una prueba espontánea de agradecimiento por las clases y por escucharla, simplemente. Ella siempre me decía que yo sabía escuchar y que eso no era muy habitual. Dijo que me besó de manera espontánea e inevitable, fue como respirar. Simplemente me besó y aunque sí se acordaba del beso, lo que está segura de recordar siempre es de la sensación que la llevó a besarme. Una sensación como de estar en el único sitio donde quería estar y con la persona con la que quería estar.

Yo que me encontraba ante la que para mí era la chica más guapa, ante la chica que me hacía temblar todo el cuerpo y a la vez ante la chica lista, sensible con la que me sentía en una nube, ¿qué podía hacer? Pues obviamente, besarla.

Así pues, nos besamos …

Al curso siguiente Lucía no apareció. Una de sus compañeras de piso me dijo que junto con su familia se había trasladado a Zaragoza y allí seguiría sus estudios. No supe más.

Unos años después en un vagón del metro de Barcelona oí por detrás la misma pregunta:

-¿Eres Alberto?

Era Lucía. Seguía fantástica y encantadora.

Ese mismo día en la playa contemplamos uno de los atardeceres más bonitos que yo haya visto. En tal percepción seguro que la compañía influyó.

Para terminar mi referencia a Lucía, recordar al autor de una de mis obras preferidas como «El Principito» que decía: «A los primeros  amores  se les quiere más, a los otros se les quiere mejor«.

En mi vida me he encontrado con personas estupendas. A algunas de las que había perdido la pista las reencontré como a Lucía, y a pesar del tiempo te das cuenta que la gente que vale la pena sigue estando ahí. De las que  no he vuelto a saber nada tengo la esperanza de que,  quizá algún día vuelva a verlas, y en todo caso, siempre quedará el recuerdo.

24 de febrero de 2015

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