Diálogo (V)

– Hola amigo, o quizá solo confidente. Y fíjate que escribo “solo” y no “sólo”, aunque equivalga a solamente. Norma que, aunque me cuesta, intento aceptar. Si me leyera quien para mí fue un querido profesor, seguro que agradecería mi respeto hacia la RAE. Lo cierto es que no estaría mal que pudieras transmitirle mi admiración y mi recuerdo. Creo que está en tu mano. Tú, que tanto me conoces, sabrás de quien te hablo. Pues bien, aquí estoy otra vez dispuesto a … como siempre no sé cómo llamarlo: charlar, divagar, ensoñar, …

– Hola de nuevo querido Alberto. Nunca dudes que soy tu amigo. Un amigo algo diferente, pero un AMIGO, con mayúsculas. Lo de tu recordado profesor no hace falta. Lo sabe, él y los demás.
Hace tiempo que no escribes. ¿Qué pasa, te abandonaron las musas? Pero sobre todo, hace mucho que no … yo diría que hace algo de terrenal tiempo que no vagamos. Vagamos sí, porque hablamos sin hablar, de manera libre, sin el orden, sin las ataduras que tiene vuestro mundo, porque nos entendemos sin palabras, sin sonidos, sin más de nada.

– Bien pues vaguemos.
Lo del tiempo que no escribo, no, no creo que sea porque me abandonaran las musas, aunque quizá últimamente no las haya buscado lo necesario. Lo que pasa es que, igual que al principio dudé mucho de mostrar mis escritos, ahora vuelvo a sentir ese recelo. Al principio me daba cierto miedo. Pensaba que la gente que pudiera leerlos acabaría sabiendo cosas de mí, que ni yo mismo sé. Me asustaba que conocieran mis sentimientos, mis mundos internos. Yo mismo me veo lleno de contradicciones, y no me gustaría que alguien pudiera encasillarme por algún texto escrito en un momento único para mí. Pues en otro momento, quizá hubiese escrito lo contrario. A pesar de esos miedos me decidí a mostrarlos.

– Y ahora entonces, ¿te han vuelto los miedos?

– Pues sí. No me siento cómodo imaginando qué pensarán aquellos que tengan la paciencia y el humor de leer mis textos, mis poemas. Imagino que unos pueden pensar que soy un estúpido engreído por atreverme a escribir y publicar textos sin la suficiente calidad literaria, por fabricar simples ripios, mientras yo convencido pienso que compongo poemas con musicalidad, ritmo y sentimiento. Otros pueden ver textos sin contenido, vacíos del todo, y a los que mis palabras no les dirán nada. Alguien puede que me vea como un tipo con ideas trasnochadas, con ideas caducas, o quizá peor, sin ideas de nada. En fin, que vuelvo a sentir un temor que había conseguido apartar.

– ¿Y tu crees que alguien que escriba no imaginará cosas así? ¿ Tú crees que no sienten miedo de la opinión de la gente que pueda leer sus escritos? ¡Pues claro que sienten miedo! A no ser que tengan el ego tan subido que crean estar por encima de todo y de todos.
Mira apreciado amigo, ya hablamos de esto otra vez. Tú manifiesta en tus escritos y según tus formas lo que quieras transmitir o reflejar en ese momento. Seguro que dependiendo de quien lo lea se interpretará de una u otra manera. Algunos escritores, y sobre todo poetas, piensan que los textos, los poemas una vez escritos no son del autor. Son de cada uno de sus lectores, y cada uno de esos lectores les va a dar su interpretación, que puede que se distancie mucho de la interpretación inicial de su autor. Puede incluso, y tú lo sabes bien, que la primera intención del autor no coincida con la final al concluir el texto, el poema. Por eso a algunos no les gustará, pero siempre habrá alguien al que le encantará leer tu composición. Al fin y al cabo vas a expresar cosas que sientes, o que tú crees que otros pueden sentir. En alguna otra ocasión ya hemos comentado que no eres más que una persona entre el resto de millones de personas que existen, que existieron y que existirán en vuestro pequeño mundo. Y al final, y a pesar de la cantidad y de lo que veis como gran diversidad, no sois tan distintos. No eres más, y no es poco, que una persona. Eres un ser con pensamiento, sentimiento y raciocinio ¡Casi nada! Con las mismas cualidades que puede tener cualquier otra por muy ilustre que pueda ser considerada. Alguien entenderá la vida y los pequeños detalles de la misma de una manera muy parecida a como la entiendes tú, y por eso la gustará ver en un texto esa forma coincidente por la que se sentirá atraído o identificado. También gente que entienda o crea entender las cosas de otro modo puede sentir interés por tu personal percepción, o por tu personal transmisión de tu percepción.
Pero, ¿No es solo eso, verdad?

– Creo que no. Quizá también dude yo mismo de mí.

– ¡Vamos a ver! Cuando escribes y cuentas nuestros “diálogos” ¿Cómo te sientes?

– Bien. La verdad es que muy bien. Al escribir me evado, mis preocupaciones se disipan. Creo que siempre me fortalece el ánimo. No sé bien cómo expresarlo, pero …

– Después de escribir o vagar entre líneas de palabras has acabado reconfortado, y es porque te das cuenta que vuestros miedos no son más que insignificantes obstáculos. Pensáis demasiado en qué opinarán los demás. Hablo en plural porque es general entre vosotros. Pasa de eso, pasa de esas insignificantes piedras en medio del camino. Lo que los demás piensen de tus cosas, de tus percepciones, de tus reflexiones, de tus fantasías solo deben importarte si les sirven a ellos para emocionarse y acercarse a ti de manera positiva. Tú solo tienes que buscar las cosas que te sirvan para ser feliz, para emocionarte, para vivir. Si consigues un rato de felicidad al hacer algo, no dudes en hacerlo. Si además consiguieras alegrar, emocionar a alguien por un momento, mejor. Eso es ser sencillamente persona y, aunque seas uno más entre tantos, tendrás esos momentos de emoción en tu vida.
¿A cuántas personas aprecias de verdad? Seguro que no son tantas. Y si son muchas mejor, porque seguro que esas personas van a agradecer la salida de parte de ti hacia afuera a través de tus escritos. Las gustará más o menos, pero siempre lo valorarán. Y los más cercanos siempre tendrán algo más de ti.

– ¿Sabes amigo no definido, pero no del todo imaginado? Voy a seguir haciéndolo. Y para empezar trasladaré a un texto este último vagar, y lo publicaré.

27 de diciembre de 2017

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